domingo, 28 de noviembre de 2010

Reflexión sobre la dicha de la restauración


"¡Dios bueno!, ¿Qué es lo que pasa en el hombre para que se alegre más de la salud de un alma deshauciada y salvada del mayor peligro que si siempre hubiera ofrecido esperanzas o no hubiera sido tanto el peligro? También tú, Padre misericordioso, te gozas más de un penitente que de noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia (Lc 15 - 7); y nosotros oímos con grande alegría el relato de la oveja descarriada, que es devuelta al redil en los alegres hombros del Buen Pastor, y el de la dracma, que es repuesta en tus tesoros después de los parabienes de las vecinas a la mujer que la hablló. Y lágrimas arranca de nuestros ojos el júbilo de la solemnidad de tu casa cuando se lee en ella de tu hijo menor que era muerto y revivió, había perecido y fue hallado (Lc 15 - 24)(...)
Pero ¿Qué ocurre en el alma para que ésta se alegre más con las cosas encontradas o recobradas, y que ella estima, que si siempre las hubiera tenido consigo? Porque esto mismo testifican las demás cosas y llenas están todas ellas de testimonios que claman: 'Así es'(...)
Enferma una persona amiga y su pulso anuncia algo fatal, y todos los que la quieren sana enferman con ella en el alma; sale del peligro, y aunque todavía no camine con las fuerzas de antes, hay ya tal alegría entre ellos como no la hubo antes, cuando andaba sana y fuerte(...)
¡Ay de mí! ¡Cuán elevado eres en las alturas y cuán profundo en los abismos! A ninguna parte te alejas y, sin embargo, apenas si logramos volvernos a ti."


San Agustín de Hipona. Confesiones. Libro Octavo. Capítulo III

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