domingo, 7 de noviembre de 2010

La guerra por las conciencias continúa


Una vez más asistimos a un nuevo episodio de esta guerra en la que todos nos vemos envueltos: la guerra comunicacional. En este nuevo siglo caracterizado por la tecnología de avanzada y la velocidad en que viaja la información hasta llegar en segundos al último rincón del planeta, las guerras ya no se libran únicamente como antaño. Los campos de batalla se encuentran dispersos por todas partes. Ya no sólo los hay en Irak, en África o en la selva colombiana. Hoy el conflicto llega a nosotros de una manera mucho más disimulada y menos sangrienta, pero llega intacto manteniendo la esencia misma de la lucha. La guerra que se libra en este siglo XXI es primordialmente comunicacional. Como bien afirman algunos pensadores de la posmodernidad, quien tenga la palabra, tiene el poder. Quien tiene el poder tiene la verdad. Porque la verdad se crea por medio de la palabra. Es decir, la palabra es la verdad. Ya o importa que condiga con la realidad, ya no hay necesidad de que sea confrontada con los hechos. No, ya nadie necesita verificar ni confrontar nada. Sólo alcanza con reproducir los enunciados vez tras vez hasta el cansancio hasta que simplemente nuestras mentes se saturen y ya no puedan discernir nada. Entonces la verdad impuesta será la verdad de todos. La verdad que no se discute porque será la verdad que indique el sentido común. Un sentido común creado a imagen y semejanza de los medios. Una opinión pública falsificada, real pero no auténtica porque para serlo debería ser precisamente fruto de la reflexión. Y no hay tiempo para reflexionar, sólo para asimilar información que nos viene dada desde la lejanía del poder.
Debido a las razones expuestas mas arriba es necesario que nos tomemos el tiempo para reflexionar sobre lo que nos viene dado con el fin de poder generar una respuesta ante la verdad impuesta. Asimilar es lo que hacemos siempre. Incorporar, adquirir, fagocitar información que nunca sabemos con certeza desde donde viene o quien la dicta. Reflexionar, generar una respuesta crítica es un acto verdaderamente subversivo dadas las condiciones en que se genera la lucha de hoy. Porque de lo que se trata es de generar verdades alternativas a la verdad del poder, decir que no es la única, hacer escuchar la otra campana. Sólo así estaremos alterando las reglas de juego en nuestro favor, sólo así cambiaremos el actual estado de las cosas.
Durante la guerra fría el uso de la violencia para la liberación de los pueblos fue el gran tema en discusión. Se debatía sobre si el empleo de la violencia estaba justificado ya que no es igual la violencia de quien oprime que la violencia del oprimido que intenta destruir la violencia opresora para poder librarse de ella. Hoy ese debate queda relegado a un segundo lugar. No porque no sea importante, sino porque la batalla de hoy se libra en otro plano: el de la comunicación. Podríamos llegar a la conclusión de que el uso de la violencia para la liberación de los pueblos sometidos es justificada, sin embargo con eso no llegaríamos muy lejos puesto que como la guerra se libra en el campo de la información, mientras nosotros lucharíamos por romper las cadenas materiales de la esclavitud, los cerebros de aquellos a quienes se pretende liberar seguirían en manos del poder. En resumen, cualquier intento de revolución o cambio que deje de lado la realidad en la que nos vemos inmersos actualmente, estará condenado al fracaso.
En la última semana los diarios más reaccionarios de la argentina sacaron notas y artículos periodísticos sobre el “desastroso estado de la situación argentina”. A pocos días de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner los medios han retomado las hostilidades no sólo contra el actual gobierno al que tanto odian, sino contra el mismísimo pueblo argentino al que odian aun más. Abundan los titulares que destacan un aumento en la canasta básica del 40%, artículos difamatorios y páginas enteras dedicadas a la creciente inflación (según sus propias encuestadoras). También se han preocupado mucho en resaltar los aspectos más temidos por aquél grupo socialmente indefinido que ellos denominan como el de los “ciudadanos comunes”. El terrorismo a nivel local nada tiene que ver con Bin-Laden, ni con el Islam. En estos pagos el terrorismo es el que los medios de comunicación aplican sobre nuestra sociedad con sus informativos sobre la inseguridad. Informes que repiten una y otra vez sin cansancio minuto tras minuto para de esta manera hacerlos reales y universales. No quiero decir con esto que los robos y las muertes sean ficticias. Pero al saturarnos con información de ese tipo lo que buscan los medios es hacernos creer que el delito está esperándonos en la puerta de nuestro hogar. Infunden el temor para que pidamos mano dura. Crean la opinión pública para que luego nosotros cuales verdaderos autómatas plasmemos la voluntad del poder en las urnas.
La verdad de hoy, es la mentira de mañana. En un mundo donde lo relativo se vuelve absoluto se hace muy difícil mantener nuestra capacidad de discernimiento intacta y a su vez tomar decisiones realmente libres. A menos que se genere un contra poder desde abajo que vaya en contra de la unidireccionalidad que imponen los medios desde arriba no podremos salir jamás de este círculo vicioso. La revolución empieza en casa. Ya no consiste en tomar un fusil en nuestras manos. Un acto realmente revolucionario es apagar tu televisor. Dejar de consumir el gran diario de los argentinos. Obviar los programas radiales en que sólo se escuchan mensajes fascistas. Nunca más enunciar como expresión propia la voluntad del poder que nos fue inculcada desde la pantalla. En este mundo globalizado de siglo XXI la guerra por las conciencias continúa.

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